Drama, drama, drama, del bonito, del tierno, inocente. Una nueva entrega cinematográfica basada en una novela. Sin duda alguna, vamos a ver mucho de éste género a lo largo del año, pues las apuestas están yéndose completamente a lo seguro, a lo que vende, lo cual es una verdadera lástima, porque hasta uno como espectador se olvida que al cine se va a ver "arte", y no productos mercadológicos. Creo que ese fue un buen desahogo luego de ver los trailes de varias películas que de originales tienen lo que una pared tiene de parlanchina... nada.
Ahora, perdón. Vuelvo a comenzar. Una nueva entrega basada en un libro se presume buena, ya que de cajón viene con el prestigio de la novela (bueno, malo o mediocre, eso no importa), y esta, a pesar de no haber leído la novela, se me hacía una propuesta inteligente, de fuerte contenido emocional, y con algunos simbolismos. Bueno, pues mis prejuicios no estaban tan desatinados. La película tiene todo de eso, en cierta medida, pero ninguna de ellas logra consolidarse a lo largo de la cinta.
La premisa: Una familia alemana se ve obligada a mudarse de casa, cuando el padre - un general nazi interpretado por David Thewlis, es ascendido de rango, responsabilidad que acarrea la administración de un campo de concentración en el campo. Su esposa e hijos tratan de ver con buenos ojos el cambio, pero, el niño, Bruno - Asa Butterfield - encuentra la nueva casa demasiado aburrida. Con tan sólo ocho años, el chavito quiere buscar a otros niños de su edad para jugar, pero al parecer, todos se encuentran recluidos en una granja, y visten pijamas a rayas todos los días. Aquí es donde comienza la búsqueda de respuestas a sus incógnitas, una empresa que lo lleva a encontrarse con el niño de pijama rayado, un chavo de su edad, judío, que se encuentra recluido del otro lado de la cerca electrificada.
La película es un tanto predecible, y desde que muestran el detalle de las malolientes chimeneas, sabes que en algún punto van a jugar parte esencial de la trama. Las actuaciones son decentes, destacando la de Asa Butterfield, que para su corta edad logra retratar a un niño curioso, inocente, lleno de dudas ante lo desconcido que nadie se molesta en explicarle a fondo. De los demás personajes, incluido su padre (aún no logro disociarlo de su papel como Remus Lupin en la saga de Harry Potter) se espera una gran indiferencia hacia el protagonista, cada uno lidia con la situación de la mejor manera que puede. La hermana se enamora de un soldado, y de ahí comienza a apoyar el movimiento nazi. La esposa, ingenua, se mantiene ignorante del holocausto judío en proceso. Y el padre, bueno, el padre está inmerso en su trabajo.
La ambientación crea un buen clima de época, remitiéndote al claustro de una gigantesca casa en el campo, con la ausencia de la tecnología y la abundancia de tiempo libre como gatillos de la desesperación por no tener nada que hacer. La música, agradable, hacia el final recurre al clásico crescendo al estilo película de horror para mantenerte en la orilla del asiento. Las voces fueron lo único convincente. Al ser una película inglesa, el tono del idioma ni siquiera se esfuerza por parecer alemán, lo que, inevitablemente, le otorga otro sentido disonante de lo que sería una atmósfera nazi real.
Hacia el final, el cliché del drama no se podía ausentar, dejando que la conclusión final (tanto la moraleja como el epílogo de los personajes) quede dentro de la imaginación del espectador, o, en el mejor de los casos, en la remembranza del final del libro.
Ahora, perdón. Vuelvo a comenzar. Una nueva entrega basada en un libro se presume buena, ya que de cajón viene con el prestigio de la novela (bueno, malo o mediocre, eso no importa), y esta, a pesar de no haber leído la novela, se me hacía una propuesta inteligente, de fuerte contenido emocional, y con algunos simbolismos. Bueno, pues mis prejuicios no estaban tan desatinados. La película tiene todo de eso, en cierta medida, pero ninguna de ellas logra consolidarse a lo largo de la cinta.
La premisa: Una familia alemana se ve obligada a mudarse de casa, cuando el padre - un general nazi interpretado por David Thewlis, es ascendido de rango, responsabilidad que acarrea la administración de un campo de concentración en el campo. Su esposa e hijos tratan de ver con buenos ojos el cambio, pero, el niño, Bruno - Asa Butterfield - encuentra la nueva casa demasiado aburrida. Con tan sólo ocho años, el chavito quiere buscar a otros niños de su edad para jugar, pero al parecer, todos se encuentran recluidos en una granja, y visten pijamas a rayas todos los días. Aquí es donde comienza la búsqueda de respuestas a sus incógnitas, una empresa que lo lleva a encontrarse con el niño de pijama rayado, un chavo de su edad, judío, que se encuentra recluido del otro lado de la cerca electrificada.
La película es un tanto predecible, y desde que muestran el detalle de las malolientes chimeneas, sabes que en algún punto van a jugar parte esencial de la trama. Las actuaciones son decentes, destacando la de Asa Butterfield, que para su corta edad logra retratar a un niño curioso, inocente, lleno de dudas ante lo desconcido que nadie se molesta en explicarle a fondo. De los demás personajes, incluido su padre (aún no logro disociarlo de su papel como Remus Lupin en la saga de Harry Potter) se espera una gran indiferencia hacia el protagonista, cada uno lidia con la situación de la mejor manera que puede. La hermana se enamora de un soldado, y de ahí comienza a apoyar el movimiento nazi. La esposa, ingenua, se mantiene ignorante del holocausto judío en proceso. Y el padre, bueno, el padre está inmerso en su trabajo.
La ambientación crea un buen clima de época, remitiéndote al claustro de una gigantesca casa en el campo, con la ausencia de la tecnología y la abundancia de tiempo libre como gatillos de la desesperación por no tener nada que hacer. La música, agradable, hacia el final recurre al clásico crescendo al estilo película de horror para mantenerte en la orilla del asiento. Las voces fueron lo único convincente. Al ser una película inglesa, el tono del idioma ni siquiera se esfuerza por parecer alemán, lo que, inevitablemente, le otorga otro sentido disonante de lo que sería una atmósfera nazi real.
Hacia el final, el cliché del drama no se podía ausentar, dejando que la conclusión final (tanto la moraleja como el epílogo de los personajes) quede dentro de la imaginación del espectador, o, en el mejor de los casos, en la remembranza del final del libro.
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